miércoles, 12 de septiembre de 2012

El Castillo de Borja y su problemático futuro



            Durante siglos, esa roca, ahora informe, que corona la población ha sido uno de los elementos más característicos del paisaje urbano que todos los que hemos nacido bajo su sombra asociamos con la imagen de Borja.






            Cuando el acceso era más fácil, aunque no exento de problemas, para los que ya peinan canas subir a su cima constituía el pequeño reto de su infancia. Desde lo alto se divisaban hermosas vistas de la ciudad y de su entorno.





 Los restos allí existentes eran asociados a viejas leyendas como la de la “mora encantada”, que cobraba forma en esa gran bola de piedra que se encontraba al pie de las escaleras de la llamada “cocina” y que hoy se muestra en el Museo Arqueológico.





            En algún momento, todos nos hemos preguntado por el significado de esa roca, a la que llamamos castillo, que en nada se asemeja al concepto que tenemos de lo que era un castillo medieval. Evidentemente, no se trata de una fortaleza en el sentido que se da a ese término, sino una gran acrópolis que estuvo rodeada por un recinto amurallado que conformaba la auténtica ciudadela, la cual comprendía el actual Cinto y la zona inmediata al castillo, abrazada por esas murallas que son de época califal.
            Lamentablemente, no existen estudios científicos sobre la evolución de esta interesante muestra de arquitectura militar y, tampoco, existen muchos ejemplos similares.





            Lo que sabemos es que el núcleo original está formado por una roca yesífera, con nódulos de sílex que, inicialmente, estaba unido al cerro de la Corona del que fue separado artificialmente para hacer más fácil su defensa.






            En un momento determinado, toda esa formación de unos 80 metros de larga por 7 de ancha y una altura aproximada de 15 metros, fue revestida con sillares. Todavía se conserva una parte de los mismos, en la zona que da al barrio. Allí se aprecia muy bien la argamasa que trababa esos sillares con la roca natural.





            Bordejé consideraba que era una obra romana y la argamasa un opus caementicium bien visible en la parte que da al Cinto, tras la retirada de los sillares que comenzó cuando el castillo perdió su función militar. Sin embargo, no dejar de ser una hipótesis que no ha sido corroborada por estudios arqueológicos.






            Sabemos, también, que en la parte que da a la Corona hubo torreón que reforzaba la defensa en la parte más débil. Del mismo aún se podían observar sus restos en antiguas fotografías y también en la actualidad.






            Además, todavía se conserva una parte de la escalera que, desde la parte superior, y horadada en la roca conducía a una abertura, situada a unos siete metros del suelo, a la que se accedería mediante una escala que podía ser retirada, impidiendo el acceso.





            En un momento determinado se abrió una comunicación entre ambos lados del peñón, para favorecer el paso, aunque desconocemos el momento y la forma en que podía tener inserción dentro de una estructura completamente forrada de sillares.
            Son muchos, por lo tanto, los interrogantes planteados en torno a nuestro castillo, al que dedicaremos un segundo artículo poniendo de manifiesto los riesgos que se ciernen sobre el mismo, de manera que su aspecto actual corre el peligro de verse alterado en esta generación, de manera irreversible por causas que tienen su origen en el expolio iniciado hace ya siglos.


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