sábado, 7 de mayo de 2011

Sobre el traje “tradicional” del hombre borjano

            En unos momentos en los que se asiste a una exaltación de los valores regionales, el traje aragonés se ha convertido en una de nuestras señas de identidad y son muchas las personas que lo visten con ocasión de fiestas y celebraciones, recreando un modelo que es considerado el “tradicional” de nuestra zona.
            Pero, el traje, como otras muchas supuestas “tradiciones”, ha ido cambiando en el transcurso de la historia y, con frecuencia, suele olvidarse que el vestido ha variado a impulso de las modas y de las circunstancias de cada momento.
            Romualdo Nogués, el gran escritor borjano, nos ha dejado en sus obras algunas descripciones de cómo vestían las gentes de Borja, desde finales del siglo XVIII.
            Por lo que respecta a las gentes acomodadas, afirma que el último personaje de la comarca que utilizó el traje del siglo XVIII fue el cura de Huechaseca que vestía un largo levitón, colosal tricornio y calzón corto, luciendo sus delgadas pantorrillas, porque aborrecía el pantalón, por ser moda introducida de Francia “que ningún buen español debía gastar”. Como es bien conocido, el pantalón fue una prenda que se impuso durante la Revolución francesa. La cita es interesante pues demuestra que, en aquellos momentos, los clérigos no empleaban el traje talar.


            En cuanto a las clases populares, señala que el pañuelo a la cabeza comenzó a usarse a mediados del siglo XIX. Hasta entonces, muchos labradores llevaban sombrero de copa en el que los quintos, ataban las cintas rojas que les regalaban las mozas.
            Cuando se generalizó el uso del pañuelo, nunca se lo ponían como se hace ahora, sino formando un estrecho rodete con las puntas ocultas o, en ocasiones, atado con un nudo muy pequeño.
            El resto del atuendo estaba compuesto por chaleco de pana negra con solapas, sobre camisa blanca, faja muy ancha generalmente morada, calzón blanco bordado abierto por los costados hasta cerca de la cintura, enseñando holgados calzoncillos del mismo color, medias negras y alpargatas con muchas varas de cinta. Para los trabajos del campo se usaban albarcas o abarcas. Por razones evidentes, el calzón terminó siendo negro.


            Baltasar González que pintó a finales del siglo XIX, nos ha dejado varios testimonios de esta indumentaria. También aparecen en sus cuadros jóvenes llevando blusa que se introdujo por esa época.
            Luego vino el pantalón largo negro ceñido por la faja y el chaleco sin solapas. Poco a poco, el pañuelo dejó paso a la boina pequeña que ha llegado hasta nuestros días.


            Por lo tanto, el traje que ahora utilizamos no deja de ser una recreación de una moda que tiene su origen en una época relativamente reciente y nos obliga a utilizar con cuidado ese adjetivo de “tradicional” que, frecuentemente, se aplica a usos que lo son para los que no han conocido otra cosa.

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